Me atacas en recuerdos, en los momentos en que no puedo defenderme. Vuelves a encarnarte de la nada, surges del polvo terrenal como musa adictiva; estremeces el suelo por el que debo caminar y congelas en el aire todo intento de respirar.
Me interrogas desde el silencio de tu ausencia. Y como siempre los infinitos planes b que hubieran resultado. Que si el pasado fuera distinto estaría a lado del frio que exhalas. Que la esperanza es lo último que se pierde en contra de que aprendemos del dolor.
Me dueles y me doliste. Pero si se buscan culpables, gano yo. Por quietista, por conformista, por pesimista, por apático, por frio, por culpa del cielo gris de la ciudad, por haberlo buscado, por oportunista, por utilitarista, por depresivo, por mi nombre, por las estrellas, por todo lo que me rodea.
Me dejas cicatrices por dentro y por fuera. Visibles e invisibles... Marcando territorio, dejando el camino de retorno marcado.
Me matas sin siquiera saberlo, y lo disfruto cuando se que me aferro a la vida por eternizar el proceso. Pero el futuro ha de llegar en su día, en su momento. El salto cualitativo (nulo por excelencia) cuando el presente se convierta en futuro. Y mientras llega ese segundo cósmico, espero.
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