lunes, 13 de octubre de 2008

VISIONS PT-III


El inevitable sentimiento de incomprensión. ¿Fue un sueño o un recuerdo? Pero el amargo sabor de la cobardía sigue latente. Tenemos cosas pendientes, planes incompletos, lugares no visitados, minutos no vividos. Tengo frío…

Y es otro estímulo el que roba mi atención justo en este momento y de la nada, es el olor de tu cabello. Tan presente y tan claro que disminuye el olor del café. Tan fuerte que casi cobra forma frente a mi la textura de tu cabello y su brillo. Casi siento las gotas de agua cayendo sobre mí, el vapor de agua atrayéndome. Tal como antes, tal como siempre ha sido.

Es lo más cercano a tu presencia que puedo poseer en este momento. ¿Cómo olvidar el aroma de tu pelo al salir de la ducha? Tentación y deleite. Y no es la primera que lo siento en soledad, como si mi cerebro mantuviera latentes tus recuerdos y juega con mis sentidos. Como verte sin usar los ojos o sentirte entre la multitud con la certeza de que eres tú y nadie más.

Me levanto, mi pierna izquierda está dormida y tengo problemas para mantener el equilibrio por unos pocos segundos, aún siento vivo tu olor. La luz en la cocina está apagada, no se ve el reflejo de la cocina en la ventana frente a mí. Y las amarillas luces de la ciudad se van opacando tenuemente por la salida del sol. El hechizo de la luna me abandona. Soy un ser normal, un ciudadano, un obrero, una maquina.

Me doy vuelta, regreso a ver el pasillo entre la cocina, el que conduce a mi cuarto. Interesante, la palabra “mío” ya reemplaza a “nuestro”. Pestañeo una vez más, suelo equivocarme al hablar, más aún al pensar. Juegos de la mente.

Camino por el pasillo, la luz roja de la cafetera está prendida. Todo parece cuadrar. Sigo tres pasos más allá, la puerta del baño a medio abrir. Una vez más mi corazón tomando el mando de mi cuerpo, impulsado por el aroma de tu cabello, abro completamente la puerta del baño. Sin prender la luz veo la cortina celeste de la ducha, todo normal. Dos cepillos de dientes, pasta dental, jabón, todo bien.

Un momento, algo no cuadra. El espejo está completamente empañado. Lo toco con tres dedos y los deslizo hasta el borde, no hay dudas, el espejo está empañado, como si alguien se hubiera bañado recientemente en agua bien caliente. No recuerdo haberlo hecho. Realmente sucede algo que no puedo comprender aún. ¿Dónde estás?

Vuelvo al pasillo. Regreso a ver a la sala, la copa vacía de vino sigue donde la dejé, la botella de vino sobre el parlante, la lámpara y una taza vacía. Mis dedos húmedos.

– ¿Ana ?

No sé si por costumbre o por miedo decido pronunciar tu nombre, con duda, sin esperanza, solo un murmullo, lo único que pretendo es una respuesta. Nada.

Regreso mi vista hacia el cuarto, la alfombra gris sigue muerta. Dos pasos más, estoy en la entrada. Arrimo mi brazo izquierdo en el filo de la puerta. Las cortinas blancas no son obstáculo para la luz exterior. El edredón desacomodado como siempre, para qué perder tiempo tendiendo la cama si al caer de la noche –bueno casi siempre- la voy a desarreglar. Polvo sobre la tele, igual siempre me pareció solo un adorno. Un vestido tuyo esta tirado junto a las puertas abiertas del armario, me acerco a levantarlo. No soy ordenado, pero tu vestido rojo en la alfombra gris crea un cuadro casi macabro.

Con cuidado recojo tu vestido y una vez más una nube de fragancia se desprende de él. La primera vez que te vi en ese vestido se recrea con las partículas que vuelan al azar entre mis manos y mis ojos.

Llegué tarde, como siempre. Y no contribuyó en nada a tenerte de buen humor esa noche. Mi afán de impresionarte me hicieron llevarte a un lugar especial, elegante, caro. Pensaba impresionarte con mi terno negro, pero el atraso llamó mas tu atención. Te pasé viendo. Silencio total en el viaje. Yo solo conduje y tu perfume llenó mi carro con una fragancia que nunca desaparecería.

Llegamos, hice el papel de caballero, me bajé y me dirigí a tu puerta a abrirla. Pero no, desde ese momento me enseñaste que no dependerías nunca de nadie, lo aprendí, tu estabas ya de pie fuera del carro y en ese momento me tomé el tiempo de disfrutar el hecho de poder verte en aquel vestido rojo. Esa imagen no me la borraría de la cabeza ni la muerte, me dije.

– No quiero sonar muy cliché, pero, te prometo que te ves hermosa,– y mi intención era sincera, y sé que lo discerniste porque sonreíste, agachaste un poco el rostro y viéndome a los ojos dijiste gracias con solo abrir y cerrar los tuyos. Caí rendido ante ti.

Ni la muerte borrará esa imagen… Me doy vuelta al armario para colgar tu vestido junto a los demás. El armario está vacío. Un solitario armador lleva colgado mi terno negro. No hay nada más en el armario. La impresión de hiela y dejo caer tu vestido. Al caer no percibo nada más que polvo.

Vuelvo a ver a la ventana al otro lado del cuarto y llama mi atención un detalle en el que no me fijé antes. La ventana esta completamente abierta bajo las blancas cortinas. Una ventisca eleva las cortinas, en su movimiento mil figuras se forman bajo ellas.

Y por primera vez tengo la certeza de que esto ya lo había vivido.

---continuará---

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