No sé que tan lejos debe uno estar de sí mismo para entenderse. Mi necesidad es el silencio o la soledad para apreciar que estoy incompleto. No puedo llegar más allá. Soy propenso al abandono, adicto al sinsabor. Y mi esfuerzo de no querer ser el bueno de la historia me lleva a profundizar mis culpas, todas mezcladas juntas, etéreas, sin discriminación de tiempo.
Mi silencio a gritos es silencio porque no llega a nadie el ruido que provoco. Y se vuelve latente en esos momentos lo mucho que uno puede arrepentirse de tomar las sanas decisiones. Ese leve cambio de temperatura interior, ese desliz de tan solo dos grados, es muestra de la inevitable tormenta que está por llegar.
Solo con dos acordes menores partes en dos mi máscara para dejar salir el inevitable rostro deformado de mi sentimiento. Y aunque no eres tú quien acude en mi espejismo, es la palabra de tus labios la que se pronuncia innumerablemente. Todos los peros y puntos se ahogan en razones lógicas y sistemáticas de agrado por la ausencia.
Y mi nombre determina mi pasión, encima de todo, mi musa e inspiración es la ausencia. Sin tu sobrecogedora presencia mi lengua se retuerce con versos desesperados. Mientras menos te siento mi esencia ebulle con representaciones metafóricas de lo que ya noes. Lejos es donde me entiendo.
Tanto y tanto que me veo a mí mismo borroso, cristalizado y emanando frío, congelado. Mi amante, mi melancolía, mi compañera de deseos imposibles, mi necesidad. Como si más humano fuera el esperar lo incoherente que rechazar tu mirada sugerente. En diluvios de dicotomías macabras siento que me arrastra este silencio, el silencio que rogué me regales y ahora me lo dejas como herencia en la piel. Aunque también yo dejo el camino del egoísmo marcado sobre tu confianza.
Soy un montón de palabras. Soy objetos y colores y contradicciones. Soy el contrastea tu luz. Soy lo que quedó despúes de tu aguacero. Soy la muralla a medio caer. Soy el culpable. Soy el ausente…
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