sábado, 21 de febrero de 2009

BRIGHT EYES

Se sentó en la cama y lo miró. Era hora de afrontar el trago amargo. Dudaba entre lo que debía decir y lo que más le valía callar. Empezó a articular alguna teoría poco creíble. Que los caminos de la vida... No podía decir la verdad porque podría resultar mas hiriente que la verdad. Él aún guardaba brillo en sus ojos al verla, no pedía más... -Siéntate -le dijo ella. Él dubitativo se acercó, sabía que cuando uno necesita dar introducciones sin-sentido, luego de la sentencia de muerte bajo las palabras "tenemos que hablar", solo podía llegar una pequeña muerte, lo que estaba a punto de descubrir era el plazo de esa muerte. FInalmente se sentó. Lejos de ella, lo suficientemente lejos como para empezar un proceso de desvinculamiento. Y la perorata de razones inteligentes destiló entre los dedos de ella, su amada. No importaba la causa presupuesta, era la situación la que se volvía abstracta. -No pensé que me podía pasar esto -continuaba ella, él observaba sus labios moverse desenfrenadamente. Era un momento de esos en lo que uno solo espera una situación tipo encuesta cerrada, algo así como encierre en un círculo la respuesta correcta y solo se tiene el 50% de probabilidades de perder -o ganar-. Por la mente de ella daban mortales piruetas los recuerdos de él y los que no tenían que ver con él, y éstos últimos eran los que a ella le robaban una sonrisa. Entonces él era un problema. Y era entendible, ella no tenía la culpa de los sentimientos que nacieron en él. Los "peros" infinitos aun desfilaban entre los dos. Él prefería no tener que razonar para no perder. Y en ese momento pasó lo inaudito... Se congeló el tiempo, todo se volvió un fotograma quieto, se envejeció todo alrededor de manera súbita, como si viera un álbum de hace medio siglo. Frente a él inexplicablemente se transformó la muchacha, sus ojos se oscurecieron sombríamente, y en un momento abrupto ella, que hasta hace medio segundo tenía la cabeza gacha, alzo su rostro en dirección de él, pálida, amarillenta, sin gestualizar ni mover un músculo pronuncio con una voz fría que provenía de un sitio mucho más lejano - Elijo seguir a la razón y no al corazón. Él se paralizó, una gota de sudor invisible bajó por su columna vertebral helando cada terminal nerviosa de su cuerpo, sus músculos se tensionaron y sus piernas temblaron. Debió haber sido la imagen más que el mensaje lo que ocasionó su reacción. Y la imagen de ella se mantuvo estática ante él y los colores volvieron ante él de manera lenta, volvió el azul que envolvía todo el cuarto en primer lugar, luego sus ojos volvieron a la normalidad, adquirió nuevamente al calor en sus mejillas y su piel volvía a ser humana, fresca y actual. Ella no supo que sucedió con él, pero el rostro de él no era el mismo, percibió el miedo ante lo fatal emanando de su piel. Ella continuó con el discurso anterior, sobre como uno debe ver más allá del momento presente para conseguir sus objetivos. Para él bastó esa macabra imagen para no necesitar escuchar más palabras. Él leyó entre líneas y su visión fue más sincera que la realidad. Estaba de sobra en ese lugar. - Pero, de seguro encontrarás a alguien -seguía balbuceando ella, ensayando diálogos incongruentes. Él repetía las palabras de su epifanía una y otra vez, comprendiendo mensajes escondidos. Todos sus argumentos para estar atado eran sentimentales, casi impulsivos, era su deseo de sentirse querido y valorado lo que no le permitía aceptar la realidad. ¿Qué proceso racional estaba involucardo en "amar"? - Mira, perdóname por favor -infantilmente ella pretendía justificarse como si estuviera siendo acusada de un delito. FInalmente las palabras solo ocasionaban una especie de broma poco adecuada dentro de él. - No más -fue lo que él dijo como explotando. - Puedo ver através de ti, no necesito escucharte y no hay nada que perdonar. Tienes toda la razón. -Ese era su testamento y su nueva filosofía. Se levantó con energía, estaba convencido había sido tocado por dentro, su corazón latía lento, firme pero lento, se enfriaba, se endurecía. No había resentimiento, no había espacio dentro de él para eso. Era una completa revolución dentro de él, un cordón se rompió dentro de él. Se perdió el brillo en sus ojos. Se desvinculó de ella, de la cama, del espacio, del tiempo y de la sociedad. Se fue con una cínica sonrisa en su rostro, así, salío de la habitación. El cuarto quedó con el polvo flotando en cámara lenta. Ella suspiró aliviada, se afirmó en que su poder de convencimiento era mayor que el esperado, luego supuso que él era lo suficientemente maduro como para aceptar esas cosas, se ahogó en pensamientos vanos. Continuó con su vida ignorante que dejó en él un toque imborrable, algo que ella nunca podra saber, ella lo había sellado con su inconciente. No se dará cuenta sino hasta mucho después que en su cuarto él había dejado escondido el significado de una palabra que él no volvería a repetir por miedo a ese recuerdo. Y se empolvó en su escondite esperando el momento en que ella, seguramente en busca de otra cosa, encontrará esas cuatro letras, enmohecidas y descoloridas. Pero eso será después, luego de que ella se encuentre a si misma, cuando ella pueda ver el brillo en sus propios ojos.

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