miércoles, 6 de marzo de 2013

Musa

Eres nada. Nadie. Cualquiera. Lo repito para poder escribirte a ti, la estatua de la inocencia. Muñeca oxidada, tan oxidada que tienes un toque místico, que hace que mi adoración sea mayor. Objeto tú, estatua con labios felices y pechos grandes. Muñeca dañada, dime ¿dónde está tu corazón? Cabes en mis manos, pero no quepo en las tuyas. Congelada con ese rostro tan infantil, tan tuyo, tan ajeno al mismo tiempo; con tintes negros y púrpuras transmites un halo de pureza y santidad que puede contagiar inconscientemente. Cosa rara, única, evasiva y abusiva, tan sólida que antes que yo pueda dejar una señal sobre tu imagen tu ya has roto mis huesos. Juguete ajeno, muñeca de niños y niñas que se roban todo tu cariño. Vacío o saturación, no podría definir lo que llevas por dentro. Reminicencia de tiempos lejanos, de nieve e independencia fingida, fuiste hecha en otro lugar, en ese espacio a donde siempre vuelves. Diosa sin templo tú, rostro inteligente y mirada perspicaz, vives dos vidas que mantienen el equilibrio de este, mi mundo. Grandes ojos que hechizan a los ilusos como yo, sabes demasiado bien el arte de la seducción, aún siendo inmovil -solo al sentir la textura de tu superficie puedo caer rendido a tus pies-. Estatua de inocencia cualquiera, pero única, tú mi confesora de traumas innombrables. Me recuerdas tanto a mí ahora que el óxido de la desconfianza te cubre por completo. Con ese velo de palabras trilladas que te las repito se te hace más fácil decidir cuáles elegir para no arriesgar nada. Envidio tu existencia porque implica que existe un camino, pero tu diseño no te permite caminar para atrás. Muñeca rota, bella y completa, eres sabiduría y firmeza, eres cicatriz imborrable, en el alma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

ausente(s) presente(s)...